domingo, 22 de enero de 2012

Contra-democracia






Debatir lo imposible
Los chilenos somos capaces de debatir lo indebatible, y al revés de no debatir lo debatible. Nos sorprendemos y comentamos los que sucede con Belén Hidalgo, pero no tenemos idea de lo que sucede con sentencias del Tribunal Constitucional. Mientras somos bombardeados a diario por infinitos discursos acerca del debe ser, de lo que yo haría si estuviera en tu lugar, de una oposición que se cree santa y divina y siempre sabe lo hay que hacer hasta que llega al Gobierno y allí se olvida de todo de repente, etc. etc., etc.
Pero si casos extremos como el de Belencita nos indignan y nos sumen en la perplejidad, lo que debería llamarnos más la atención es la sumatoria permanente de excentricidades, barbaridades, incomprensibilidades, fenómenos extravagantes que por su número, frecuencia y aparición en los más diversos ámbitos nos deberían estar diciendo algo como síntoma de la sociedad y no mera casualidad. Porque es tan sistemática y generalizada su aparición y propagación que mucho más que una eventualidad que debe tratarse seguramente.

Por suerte hay algunos indicadores de cómo pensar estos impensables. Lo necesario, ex ante, es que hay que cambiar el marco teórico y salirse de las patologías del sujeto crítico y del sujeto neurótico que nos han acostumbrado a tomar tanto Kant por un lado, como Freud, por el otro -y, naturalmente, los grandes estándares de la cultura occidental durante los últimos 200 años-. En realidad desde hace unas décadas hemos entrado en la era del sujeto esquizofrénico, como bien teoriza Dany-Robert Dufour en El arte de reducir cabezas.

Disolviendo los procesos de intelección que constituyen la subjetividad: Neoliberalismo
Una operatoria maravillosa que ha realizado el neoliberalismo consiste en disolver los dos grandes procesos de intelección que constituyen la subjetividad del ser humano. En lo tocante a la conciencia (procesos secundarios) el neoliberalismo liquida definitivamente al sujeto crítico kantiano. Y en lo tocante al inconsciente (procesos primarios) liquida al sujeto neurótico atormentado por la culpa. En lugar de ese sujeto doblemente determinado, prefiere disponer de un sujeto a-crítico y lo más psicotizante posible. Neoliberalismo no es solo un modelo meramente económico, sino que como sistema abarca muchos aspectos de la sociedad al mismo tiempo, dejando su marca.

Es decir, el neoliberalismo propone un sujeto disponible para conectarse con todo, un sujeto flotante, indefinidamente abierto a los flujos comerciales y comunicacionales, permanentemente necesitado de mercancías para consumir y satisfacer sus deseos. Se trata de un sujeto precario, cuya precariedad misma se ofrece en subasta al Mercado, que encuentra en ella nuevos espacios para vender sus productos, y se transforma así en el gran proveedor identidades e imágenes de identificación (algo de lo que habla Bauman en “Vida de Consumo”).
Ante las miríadas de flujos que nos atraviesan, la única forma de sobrevivir digna y enfáticamente es bajo la forma de un esquizofrénico. Esto es lo que nos habla Gilles Deleuze, pero no necesariamente es lo que nos había pronosticado y bendecido mientras estaba vivo. El mundo se ha vuelto deleuziano invirtiendo las tesis y pretensiones de él.

Para Deleuze había una manera de ganarle al capitalismo, que se trataba de desterritorializar más rápido el mundo que el propio capitalismo. Pero el mismo, junto con su gran colaborador Guattari, y los marxistas críticos como Althusser, Ranciere, Badiou, subestimaron la fabulosa velocidad de absorción de los capitales y su fantástica capacidad para recuperarse de la crítica. El neoliberalismo ha realizado el sueño (pesadilla de la razón) de Deleuze. Es en este contexto que debemos pensar los dilemas de la democracia en una etapa de intensa incredulidad ciudadana. Para ello recorreremos el camino abierto por Pierre Rosanvallon en La contra-democracia: La política en la era de la desconfianza.


Apolítica, postpolítica, contrapolítica
La tesis principal de Rosanvallon es que, contrariamente al supuesto refugio en la vida privada, los ciudadanos han descubierto la inanidad del lazo de confianza que pretenden instalar los procedimientos institucionales potenciando, en cambio, un continente de desafío activo. La desconfianza es un valor cívico esencial dentro de la sociedad del riesgo contemporánea.

Sometiendo a escrutinio las políticas públicas, impidiendo y juzgando la vida cotidiana de los ciudadanos, nuevos movimientos sociales se ha convertido en la contra-democracia. Mientras que por un lado la economía promueve los flujos irrestrictos, la movilización negativa busca restringirlos. En la titánica tarea de cómo entender esta dialéctica, ¿a quién hacerle más caso? ¿A Dufour/Bauman o a Rosanvallon/Badiou?

Todas las semanas, especialmente si vivimos en los trópicos bananeros, azuzados por la agenda de los grandes medios, los únicos que en Chile hacen política, nos encontramos con un gran proselitismo en contra de la concepción que los gobiernos en el poder tienen de la política. A veces inocentemente, otras taimadamente, pero el resultado es casi siempre el mismo. Todo lo que hace el gobierno está mal y todo lo que dice la oposición, esta doblemente mal (fundamentada también en los medios). Y la mejor caja de resonancia de esta asimetría está en la protesta social, en las marchas, en los movimientos, en el cuestionamiento permanente que distintos estratos de la sociedad hacen de las políticas del gobierno, en las críticas y en los descontentos, en los conflictos y en el rechazo por parte de la ciudadanía de lo logrado/legitimado en las urnas.

Lo que hace agua en estas críticas mediáticas en la que se establece una Oposición básicamente retórica, es en el desconocimiento de que la teoría política que abrazan está un tanto desteñida. Desde las revoluciones francesa, americana y las sudamericanas, las sociedades civiles se han desarrollado muchísimo. Antes se pensaba a la democracia totalmente incluida en las instituciones políticas y parlamentarias, ahora es más abarcante que representatividad.


Democracia parainstitucional
Como bien dice Rosanvallon, hay que volver a Alexis De Tocqueville para entender esto, quien ya en 1830 decía que la democracia no era un régimen político sino una forma de sociedad, por lo tanto desborda los márgenes meramente institucionales. Pero hay que entender bien el concepto. La contrademocracia no es lo contrario de la democracia, no es su versión negativa que se formula como ataque, sino que es la democracia contraria, su contracara, la democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia negativa a la sombra de la democracia positiva (la de la legitimación electoral). Un ejemplo de contrademocracia son las permanentes manifestaciones en la calle, haciendo subsidiaria la apelación a las instituciones representativas. Como la democracia es una forma de sociedad, no equivale está a votar una vez cada 4 años, marcando en un papel una línea, sino que se ejercer de forma constate. Como la institucionalidad no está hecha para que uno participe de forma habitual, sino que se enfoca en canalizar y delegar el poder a representantes, se van creando vías de expresión que se abarcan en la contra-democracia.

En palabras de Rosanvallon:

Hay dos escenarios fundamentales de la actividad democrática. El primero es la vida electoral, la confrontación de programas. En otras palabras, la vida política en el sentido más tradicional del término: su objetivo es organizar la confianza entre gobernantes y gobernados. Pero también existe otro escenario, constituido por el conjunto de las intervenciones ciudadanas frente a los poderes. Esas diferentes formas de desconfianza se manifiestan fuera de los períodos electorales y representan lo que yo llamo "contrademocracia". No porque esas formas de expresión se opongan a la democracia, sino porque se trata de un ejercicio democrático no institucionalizado, reactivo, una expresión directa de las expectativas y decepciones de una sociedad. Junto al pueblo elector, también existe -y cada vez más- un pueblo que vigila, un pueblo que veta y un pueblo que controla.
El ciudadano contemporáneo se conforma cada vez menos con otorgar periódicamente su confianza en el momento de votar. Ahora pone a prueba a sus gobernantes. Esta actitud se ha transformado en una característica esencial de la vida democrática actual. Para ello, ejerce antes que nada una acción de vigilancia. El hombre moderno sabe que el espacio común se construye día a día y que debe estar atento al riesgo de corrupción del proceso democrático. La segunda función de la desconfianza es la actitud crítica: el ciudadano analiza la distancia que separa la acción de las instituciones del ideal republicano. Esa crítica impide que la sociedad se duerma sobre una idea de la democracia sólo concebida como "el menor de los males". El ideal de la ciudadanía debe ser, en efecto, organizar el bien común. Por fin, la tercera dimensión de la ciudadanía contrademocrática es la apreciación argumentada: la vida de la democracia no es la charla en el café de la esquina, es hallar una forma argumentada de discutir y de juzgar a los poderes.

Es cierto que en Chile, a diferencia de Francia, muchos no están convencidos de que las elecciones son “el poder de la última palabra” y que a partir de la elección hay cosas que no se discuten más. Pero más allá de esta nada trivial diferencia queda claro que tanto allá como acá las cosas están cambiando. Con una claridad meridiana Rosanvallon dice como se viene la cosa: “el ciudadano activo es más que un elector, no se limita a elegir cada cuatro o cinco años. Es un actor de la sociedad civil. Interroga al poder, lo pone a prueba, lo obliga a rendir cuentas. El voto expresa la confianza, la actividad diaria de los ciudadanos es actuar con desconfianza”.

Rosanvallon tiene más que claro que el problema de la democracia contemporánea es que se pasa fácilmente de la desconfianza positiva a la desconfianza negativa. La democracia actual es un régimen ambiguo porque porta un desarrollo de la actividad ciudadana y mucha capacidad de destruir los fundamentos mismos del sistema.
Esta apelación directa a los ciudadanos conduce a la tentación populista. Es propio del populismo radicalizar la democracia de la vigilancia y del impedimento hasta completar su movimiento hacia la impolítica. Según Rosanvallon, la preocupación por inspeccionar la acción de los gobiernos se transforma, en el caso de la contrademocracia, en estigmatización permanente de las autoridades hasta constituir una potencia negativa, radicalmente externa a la sociedad. Con el populismo triunfan las "masas negativas". Así, los opositores contemporáneos ya no se parecen en nada a los antiguos rebeldes o disidentes.


La política siempre va más allá de lo particular
Para Rosanvallon la organización de la desconfianza no alcanza para hacer un relato de la sociedad porque ésta no es la suma de sus partes ni la de sus voces ni las de sus demandas. Ese es el lugar de la política que no solamente ve la confrontación de diferentes intereses particulares. Es un espacio muy único donde se forman las reglas de la vida común. Lo propio de la política es organizar el conflicto, tronchar en un punto el debate, hay intereses en conflicto y se elige entre ellos. Las elecciones fuerzan a hacer una opción que corte la discusión. Al mismo tiempo hay que organizar el consenso. Al principio se fantaseaba que podía conseguirse pleno consenso, que la división era una patología, que podía llegarse a la unanimidad. No es así: hay conflictos de intereses, de clases, culturales, económicos, políticos, sociales, etc.
El gran desafío de la democracia actual, tal como la conocemos hoy, consiste en como articular un régimen de deliberación con uno de decisión. El problema es la filosofía política centrada en uno solo de los dos aspectos: el decisionista o el deliberativo. Hay algo que falta allí.
Para Rosanvallon en este tipo de democracias falladas en las sociedades complejas que hemos logrado conseguir, el escándalo tiene un valor fundante. El escándalo revela y alerta sobre las acciones subterráneas hermanadas con la corrupción y con la invisibilidad. Pero en estas sociedades de la fluidez, la incertidumbre y la articulación friccional, las denuncias de escándalo (propias del periodismo de hiperdenuncia y también de la hiperoposición retórica) pueden ser, en cierto sentido, una renuncia a la política. El auge de los escándalos es consecuencia de una crisis de la política: la desideologización y al desencanto. Cuando se discutían sistemas, las cuestiones personales eran secundarias. Se debatía el sistema, no sus desviaciones.


El nihilismo siempre acecha a la vuelta de la esquina
Rosanvallon sabe que entre la contrademocracia de la vigilancia y su caricatura, que se inclina hacia el nihilismo, no hay mucha distancia. Ese es el principal peligro de la contra-democracia. Es fácil pasar de una a la otra. Y ése es el problema del populismo que se cree ver muy difundido en América Latina, que llevaría a lo impolítico. En ese proceso, la preocupación activa y positiva de vigilar la acción de los poderes y de someterlos a la crítica se transforma en una estigmatización compulsiva y permanente de los gobernantes, hasta convertirlos en una suerte de potencia enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. Esos impugnadores contemporáneos no designan ningún horizonte; su actitud no los lleva a una acción crítica creativa. Esa gente expresa simplemente, en forma desordenada y furiosa, el hecho de que han dejado de encontrarle sentido a las cosas y son incapaces de hallar su lugar en el mundo. Por otro lado, creen que sólo pueden existir condenando a las elites a los infiernos, sin siquiera intentar tomar el poder para ejercerlo.
Curiosamente lo que Rosanvallon critica son las posturas muy aclamadas en los últimos años de Toni Negri, Michael Hardt y hasta las del propio Slavoj Zizek (este es exactamente el mismo tipo de críticas y de lecturas muy contrapuestas esgrimidas por Laclau en su libro “La razón populista”).
Como vemos, enfocando nuestra realidad con las ideas de Rosanvallon más de un fenómeno resulta, sino aplanado, al menos entrevisto. El conflicto es ineludible en sociedades como las nuestras en donde las síntesis aún no se han hecho y en donde las diferencias de clase son hoy tan fuertes como de costumbre.


El engorroso trabajo del concepto
Con el concepto de contrademocracia en nuestras alforjas teóricas es ya hora de repensar nuestra democracia impura e imperfecta. Con solo percibir lo que está juego en el supuesto nuevo enfoque que el min Hinzpeter quiere darle al tema de las manifestaciones sociales y la réplica del Poder Judicial y de las organizaciones de la sociedad civil, tendremos bastante de que ocuparnos. Además de poder poner en sintonía y/o cortocircuito -según como corresponda- tantas lecturas y enfoques


lunes, 9 de enero de 2012

Ruben Ballesteros, Corte Suprema y Consejos de guerra


Tatita Kill

 
Esta nueva entrada en Leguleyo Socio-listo ira referida sobre la elección como Presidente de la Corte Suprema de Ruben Ballesteros, juez supremo desde 2005 (Curriculum Ballesteros), y el vinculo con los DDHH que tiene su nombramiento, en el contexto de una áspera discusión entre Poder Ejecutivo y Poder Judicial por los malos resultados en delincuencia mostrados en el ultimo año. 

La elección de Ballesteros como Presidente fue realizada por contundente mayoría de 12 contra 6 votos en el Pleno de los supremos. Hasta donde se sabe (los recovecos del Poder Judicial son complejos), los ministros tomaron esta opción por un cálculo de las edades de sus mayores miembros, los tiempos que deben permanecer en el cargo los ministros y las alternativas que lo seguían. A primera vista no parecería que en la elección hubieran intervenciones significativas de factores políticos, por lo que cabe suponer que otra vez el Tribunal superior actuó como burocracia especializada, que atiende a sus mecánicas jurídicas internas por sobre los signos imperantes del entorno social.

Ruben Ballesteros, nuevo Presidente de la Corte Suprema
 Durante el mes de diciembre, en la previa de la elección y con el secreto a voces del nombramiento de Ballesteros, ese mismo entorno social levantó la voz a través de las asociaciones de víctimas de violaciones a los derechos humanos, que advirtieron que la designación sería polémica. Por mucho que la Corte Suprema no quiera ceder a este tipo de presiones y se quiera mantener autónoma/aislada de la contingencia (idea de Torre de Marfil de Jorge Millas se viene a la mente inmediatamente), está alerta anticipa que la gestión en la Presidencia no sera tranquila.

En los pasillos de Tribunales es clara la opinión de que Ballesteros es un juez inclinado a la derecha, o sea, que toma como valores el orden, las normas y el castigo a las trasgresiones a la ley. Tal como Milton Juica fue considerado un magistrado más de izquierda, es decir que retiene los valores de la equidad, la interpretación amplia de la ley y el perdón social. A pesar de que los jueces odian estas etiquetas (como muchos abogados, y en general el mundo jurídico), es inútil rebelarse contra esta clase de marcas cuando se está en uno de los tres poderes del Estado.

Ahora, la cuestión de ser de derecha, y de cómo serlo, ha sido uno de los principales dilemas en el Gobierno de Piñera. Este Gobierno no tuvo nada que ver con el ascenso de Ballesteros a la Corte Suprema en 2005. Quien lo propuso fue Ricardo Lagos, como parte de las negociaciones con el entonces senador Pablo Longueira por los casos de corrupción. A pesar de esto, el nombramiento de Balllesteros se puede entender como una buena noticia para los ministros del Interior y de Justicia, que han polemizado con Juica por las conductas de los jueces ante la seguridad pública, los encapuchados y la “puerta giratoria”.
El problema es que en este Gobierno, que duda sobre qué es la derecha actualmente en Chile, pero no vacila con que no quiere ser la de Dictadura, el nuevo presidente de la Corte será un problema más que una solución. Un problema que caerá, era que no, sobre el mismo gobierno.

Los que estamos en contra del nombramiento de Ballesteros hemos puesto énfasis en sus fallos favorables a la ley de amnistía, sus votos en favor de Pinochet en varios de los juicios en su contra y sus mociones contrarias a activistas sociales, como la cineasta Elena Varela. A pesar de estas criticas, se podría alegar en favor que en todos estos casos se opinó en conciencia, dentro de un contexto democrático, y que perdió tantas causas como las que ganó con sus votos. Ahora estamos bajo una democracia establecida, con un Estado de Derecho pleno.

Pero investigando, podemos tomar un antecedente más remoto pero oscuro en la carrera de Ballesteros: su participación en los consejos de guerra establecidos el 11 de septiembre de 1973 y extendidos hasta 1976. Esto es bastante distinto a los fallos anteriormente nombrados. Existe un amplio consenso jurídico, académico y político sobre los consejos de guerra y su negra marca en la historia de la administración de la justicia en Chile.

Si los presidentes y ministros de la Corte Suprema de los años 70' tuvieron comportamientos placenteros (algo lógico por la relación con el poder) para con la Dictadura, recordando excepcionalmente el caso de José María Eyzaguirre, quien alegó contra los shows de la Dina cuando habían visitas de jueces a sus recintos visibles; los miembros de los consejos de guerra se encargaron de las venganzas más viles, dándole apariencia de jurídico a las más barbaricas idioteces de los militares, ejecutadas contra prisioneros políticos, en condiciones abusivas y desfavorables (debido proceso no way).

¿Cual es el punto con esto? Bueno, Ballesteros participó en estos consejos de guerra, en la ciudad de Osorno. Estos no fueron los peores, porque esos fueron los que realizó la gente de la FACh, pero eso no quita la mancha. La Comisión Valech hace algún tiempo estableció que todos los consejos de guerra, sin exclusión, actuaron al margen de las normas de debido proceso, fuera de las leyes penales, fuera de los códigos de justicia militar y en contra de las normas de trato a los prisioneros de guerra de la Convención de Viena. Todo esto sin guerra (a menos que ud. lector crea en hubo una “guerra interna” contra los “marxistas”).

El informe Valech cita dos fallos de Osorno como ejemplos de la iniquidad jurídica de estos consejos1. En uno se estima que sólo pertenecer al MIR "indica un concierto para alcanzar los fines ilícitos", aunque no hubiese delito de por medio (?). En el otro se condena a dos militantes socialistas por espionaje de secretos militares "para su entrega al enemigo", sin especificar cuál sería el impacto de tales "secretos" sobre las operaciones de qué "enemigo" (?).

Los juicios de los consejos de guerra son una vergüenza para el Derecho chileno. Tras la designación como presidente de la Suprema, Ballesteros dijo a la prensa sobre el tema que "el hombre es víctima de sus circunstancias" (Defensa de Ballesteros a participacion en consejos). Aceptemos esto como plausible, comparándolo con los casos de los oficiales que fueron destinados a la Dina o la CNI y que fueron ordenados a hacer miles de atrocidades. Sin embargo, a la frase le falta una parte importante si es que no se le agrega que el hombre es víctima de sus propios actos. De otro modo, el pasar 5 años por una facultad de Derecho carece de sentido. Sin aceptar los hechos propios y sólo conviviendo con las circunstancias, el Derecho y los tribunales debieran dejar de existir.

El problema es que Ballesteros no sólo fue parte de estos consejos, sino que presidió esos tribunales especiales. En los años 70' participar en estos consejos no lo hacía cualquiera, ni siquiera por obligación, sino porque los militares enfermos en la “guerra interna” lo estimaban adecuado. Alegar que entonces "los jueces vivían en otro sistema, no vivían como ahora en un sistema democrático" no es suficiente para justificar y parece triste como defensa.

Comparándolo con otras instituciones del Estado que estuvieron involucradas en los crímenes a los DDHH durante la Dictadura, es bastante anómalo lo que sucede con Ballesteros. Durante la transición y los 20 años de la Concertación, hay 2 ejemplos sobre el comportamiento medianamente decente con respecto al tema. El mundo militar han comunicado -no por la prensa, naturalmente- que ningún miembro de Dina o CNI llegará a comandante en jefe. El mundo político ha comunicado la idea de que ninguno de los civiles que participaron en la violación de los DDHH tendrá altos cargos de gobierno (vaya a saber uno si cumplen...). Pero el Poder Judicial parece no escuchar nada de esto: los consejos de guerra son el equivalente a la Dina, y esto parece darle lo mismo.

Aquí el quid del problema: por qué no puede la Corte Suprema garantizar a los chilenos que no estarán en sus máximos cargos quienes hayan llevado juicios injustos y abusivos, corruptos y violadores, absurdos y groseros, procesos contrarios al Derecho y sentencias arbitrarias que validaron atrocidades.

1Citados en la columna de Ascanio Cavallo en La Tercera “La Corte Suprema y los consejos de guerra”.

martes, 3 de enero de 2012

Un poco sobre Historia de Chile. Analisis historico de la caida del Estado Portaliano




 La pregunta la desarrollaré vinculándola con dos ejes principales. El primero estará centrado en la Historia Política, Institucional, Constitucional y del Derecho de Chile de la época en que nos acotamos (los primeros 25 años del siglo XX), haciendo perspectiva histórica de la caída y relacionándola con el nacimiento del Estado Portaliano (algo esencial para comprender las causas de su caída), tomando las ideas la historiografía liberal y conservadora como análisis crítico en contraposición a la visión negativa que se tiene de la obra de Portales. El segundo eje estará centrado en la Historia social y económica del país, tomando las líneas del relato campo-ciudad, la transformación de la ciudad, los rancheríos, conventillos y la visión obrera de los sucesos, con Luis Emilio Recabarren como personaje relevante, pasando por las protestas y huelgas, las organizaciones sociales que se formaron (FECH, POS, AOAN, FOCH), terminando con el Congreso Constituyente de Asalariados e Intelectuales del Teatro Municipal.
***

La Historia de Chile muestra que cuando los movimientos ciudadanos han procurado ejercer la soberanía y el poder constituyente (algo que con ojos contemporáneos podríamos considerar como el derecho más básico y elemental de la humanidad1), han sido reprimidos por la clase militar y civil (reaccionaria), bajo la burda acusación de “anarquismo” o “rompimiento del orden público”. La evidencia histórica es clara: ocurrió así con el movimiento ciudadano que derribó la dictadura de O’Higgins, que después redactó la Constitución Liberal de 1828 y que fue aplastado por el golpe de Estado de Diego Portales y el Gral. Prieto, limpiando el espacio para poder reformar la Carta Magna, dándole un enfoque conservador y autoritario. Sucedió lo mismo con el movimiento encabezado por los trabajadores agrupados en la FOCH, los estudiantes unidos en la FECH y los profesores (en realidad, profesoras) juntos en la AGPCH, que en 1925 convocó a Asamblea Constituyente para terminar con el agónico Estado Portaliano, siendo traicionados por los caudillos Alessandri Palma e Ibáñez del Campo, quienes terminaron imponiendo una Constitución que fue todo lo contrario de lo que proponían estas organizaciones (tanto en el fondo como en la forma)2.

Esto nos muestra que constantemente la clase hegemónica en Chile no está abierta para realizar los cambios socio-económicos que piden las organizaciones ciudadanas que durante siglos se han manifestado en huelgas, paros, marchas, tomas, etc.; organizaciones que despliegan manifiestos, petitorios, demandas al Poder Ejecutivo pero que generalmente recibe un “No” como respuesta o al poder militar como reacción. El capitalismo y el sistema político que rige en Chile no se modifican con la flexibilidad que se requiere para acallar las fuerzas que exigen cambios. El garrote se siente con facilidad, contrastando con Europa, donde las elites si se han abierto a los cambios necesarios para tener un mínimo común de bienestar para la clase trabajadora y apagar, en parte, los ánimos revolucionarios (al menos así era antes de la crisis subprime y los recortes presupuestarios de los Estados).

La etapa de la Historia de Chile que se nos pide revisar es una de aquellas donde hubo un proceso de formación cultural de clases subalternas de la sociedad chilena, donde la “subjetividad histórica de un grupo social”3 generó las condiciones de posibilidad para que la praxis de los trabajadores avanzaren hacia la ruptura de esa misma subalternidad para la conquista de la autonomía integral que significa su liberación. Como sabemos, ese proceso fue truncado por la clase hegemónica chilena, que a través de Alessandri traicionó a las organizaciones sociales y ciudadanas que pedían cambios de forma y fondo para el país. Pero para comprender las características del proceso de crisis del Estado Portaliano es esencial conocer, al menos sucintamente, como nació la Constitución de 1833, porque ahí está su crimen original, su falta de legitimidad. Para ello hay que tratar de entender cómo se construye y cuál es el rol de la elite (en sus diferentes variantes semánticas, de las cuales elegiré la de clase hegemónica) en ese Estado, en la Constitución y en las primeras leyes del país4.

Remontemos varios años. Luego de obtener la independencia de la Corona española, el objetivo era claro en Chile: crear y construir un Estado nacional no descendiente del poder monárquico. La forma para llegar a eso es en lo que discrepan los grupos de la época: si imponiendo la fuerza desde un poder central, que ordene al país; o un Estado que se realizará desde abajo hacia arriba, por sus pueblos, descentralizadamente.
Es de ahí donde surgen 2 alternativas de construcción de Estado, donde los pueblos libres pedían un Estado social-productivo, donde imperara la costumbre y la horizontalidad; y la oposición de los mercaderes, la elite, pedían organizar un Estado estilo español, con un Derecho escrito abstracto, universalista. Hay 2 fuentes de soberanía: Alta (triada Iglesia-Mercaderes-Imperio) y Baja (supervivencia de los pueblos por la autarquía). La construcción del Estado chileno fue un conflicto entre estas 2 alternativas: la centralista-mercantil; y la democrática-popular.

La elite de Santiago concibió que el espacio del Estado debiera estar protegido, por un concepto tal de poder que tenía que manifestarse policialmente, para que no hubiera robos y asaltos, para que se cumplieran los contratos, para que se pagaran los impuestos, para mantener el orden interior y la paz exterior. Tiene mucho parecido con las ideas de Adam Smith, donde tenía que darse una movilidad de bienes, con un Estado que no molestara en ese movimiento, que se preocupara del orden interno y la seguridad externa. El patriciado mercantil, sin leer a Smith, llega a ideas muy similares. La propuesta es la relación bilateral entre sujetos pero donde uno se impone por sobre el otro, ejerciendo el poder una persona A sobre otra persona B, en base a la fuerza, interacción vertical.

Los pueblos libres, en cambio, tienen una forma de entender el poder a través del autogobierno, del cabildo, con una concepción del poder abstracto, que se usa interaccionalmente entre los sujetos que están en ese espacio. Por lo tanto, más importante que el espacio donde se mueven los bienes, es más importante el espacio donde los ciudadanos se pueden encontrar. Así entienden el poder como la conversación, como función interna de la asociabilidad (concepto de Hannah Arendt que explica en “La Condición Humana”5), donde el poder surge cuando los hombres se agrupan y se extingue cuando se separan, por tanto, es una función de la asociabilidad, en cuanto el grupo está abierto a si mismo (para la deliberación y la conversación), y a la vez unido para actuar.

Esa era el choque de visiones entre, lo que podemos denominar vulgarmente, mercaderes y pueblos libres. Una mirada vertical contra otra horizontal, una mirada centralizadora autoritaria contra otra democrática popular.

Tomando el relato histórico, O’Higgins se va en 1823 al Perú. De acuerdo al Prof. Salazar, éste renuncia a su cargo, por la presión ciudadana contra la dictadura militar. Esta visión choca con la de Barros Arana, que magnifica al Director Supremo interpretando que él renunció en un gesto de desprendimiento abyecto (“la abdicación del prócer”), devolviendo el poder al pueblo por decisión propia. Ciertamente, lo que nos dice la Historia Social es que los pueblos del sur (Asamblea de pueblos libres de Concepción) y los pueblos del norte (Asamblea de pueblos libres de Coquimbo), hartos con el despotismo y abuso de O’Higgins, simplemente desconocieron su cargo, ejercieron la desobediencia civil y llevaron sus ejércitos ciudadanos a las puertas de Santiago, con el Gral. Freire a la cabeza. Ahí el patriciado de la capital, que nunca le gustó que mandara alguien que no era de su elite, se reunió y le pidió la dimisión a O’Higgins.

General Freire
 Ahora, ese espíritu democrático-liberal y socio-productivista que permaneció a través de los años fue el fermento del proceso constituyente de los años 20'. Este fue un movimiento ciudadano, a partir de los pueblos libres de provincia, en contrapunto y en conflicto con el pueblo de Santiago.

Por eso se convocaron a 4 Asambleas Constituyentes (ya habían sido convocadas en 23', 24' y 26', todas rotas por la fronda aristocrática desestabilizadora), con la tutela del Gral. Freire. Se acordó un texto constitucional, la Constitución de 1828; siendo esta la única Constitución redactada por constituyentes elegidos libremente, por los ciudadanos, única que no fue centralista, única que fue aprobada por el pueblo, que trató de nivelar la soberanía alta y baja, la Nación y los pueblos libres.

Para construir el Estado era necesario nivelar la soberanía de la Nación, y la soberanía particular de los pueblos. La Constitución del 28' fue la única que trató de respetar esas soberanías. En un sentido concreto, la soberanía nacional estaba sobre las instituciones del Presidente y el Congreso (diputados), elegidos por votación popular. La soberanía particular se proyectaba en las elecciones por comuna, libres, en los municipios (recogiendo la vieja tradición del cabildo), como auto-gobierno local. En seguida, las comunas reunidas por provincias, elegían una Asamblea Provincial, por votación interna. Luego ellas elegían un Senado, que formaba parte de lo particular y no de lo general. Así lo particular llegaba a lo nacional a través del Senado.

Los diputados llamaron a este Estado “Democrático Popular”, o “representativo-popular” La idea de fondo es que al preservar la estructura asambleísta o localista de los pueblos, se mantenía lo “popular”, asimilándola a la idea de pueblo; y era “democrática” en tanto las autoridades eran elegidas por voto popular. Esto combatía el centralismo, según los diputados, ya que ella significaba el término de Santiago como centro de poder. Esta es la única Constitución legítima que se ha realizado en Chile, hecha a través de un proceso democrático que lo legitimó.

El hecho que se dictara esa Constitución con esa lógica interna, que paralizaba o neutralizaba el expansionismo de Santiago, significaba la derrota política del patriciado. No bien hecha promulgar la Constitución, y elegido Francisco Antonio Prieto, se inicia la maquinación política y conspirativa para realizar un Golpe de Estado, todo orquestado por Diego Portales.

La forma de asestar el “garrotazo” contra el nuevo Estado era organizando un ejército mercenario de forma paralela, arriesgando una guerra civil incluso. Marcharon todos a Santiago, acampando en Ochagavia. Con una felonía hizo caer al Ejército constitucionalista y al Estado construido. Así culminó la estrategia del patriciado, logrando construir el Estado centralista y autoritario, mercader y librecambista que tanto ambicionaban.
Luego de la batalla de Lircay, el “garrote” de Portales entró en acción: desterró y fusiló a próceres de la Independencia, excluyó a los liberales, abolió los cabildos, impuso un férreo control del Gobierno central sobre las municipalidades, desde el Ejecutivo se adulteraron las elecciones. Así se impuso “un gobierno obedecido, fuerte, centralizador, respetado y respetable, impersonal, superior a los partidos y a los prestigios personales”6: el Estado Portaliano, que vivió cerca de 100 años en Chile7.

A esta farsa y violación de la soberanía popular se le enfrentó durante el siglo XIX los ciudadanos vencidos militarmente en Lircay, artesanos y milicianos. Ellos no estaban derrotados en cuanto a sus ideas, en cuanto a ciudadanos, y por ello protagonizaron 7 motines y alzamientos entre 1830 y 1837. Fue en este último año cuando se fusiló a Portales en el cerro Barón, en un enfrentamiento entre un grupo alzado del Ejército y los oficialistas. Luego de eso, los motines y alzamientos siguieron a lo largo del siglo, apagándose solo luego de la guerra civil de 18578.

Mi explicación al fin de los alzamientos en contra de la Constitución de Portales se basa en lo que dicen los Prof. Jocelyn Holt y Pablo Ruiz-Tagle9, siguiendo la línea liberal. Luego de Montt (1851-1861), en el periodo conocido tradicionalmente como República Liberal o III República (en la versión afrancesada del Prof. Ruiz-Tagle), se comienza con el proceso de reforma progresiva de la Constitución, donde lentamente se empieza a morigerar el autoritarismo, el centralismo, el presidencialismo excesivo; gracias a la apertura del sistema político a los grupos opositores a la propuesta de Portales. Esos cambios vienen desde el Congreso con la entrada de los liberales, primero, radicales, después, al sistema político. Son ellos quienes toman conciencia de los poderes que le da la Constitución a los congresistas para poder frenar y presionar al Presidente, ocupando las pocas herramientas para ir modificando el autoritarismo conservador que permanecía (principalmente con la aprobación de la Ley de Presupuesto).

Una precaución: que se fuera limitando al Presidente, en cuanto institución, en cuanto poder del Estado, en sus facultades no se relaciona con que quienes subieran al puesto no fueran déspotas. Domingo Santa María o Balmaceda no son menos autoritarios que el Gral. Prieto, solo que tienen menos peso institucional por el alza del Congreso. Es por esto mismo que se explica la guerra civil contra Balmaceda, quien en su afán de recuperar el poder perdido por el Ejecutivo a manos del Congreso en las ultimas décadas, toma las riendas de forma dictatorial cerrando el periodo legislativo y promulgando la ley de Presupuesto y de FFAA, pudiendo considerarse el “ultimo manotazo ” antes de que el autoritarismo presidencial se ahogara en Chile.

En esta linea, podemos ver la acción del Congreso y de la Armada como una guerra de restauración constitucional, tal como la que ocurrió en Francia contemporáneamente, donde el dato de que la oligarquía se alzo para mantener sus privilegios dentro del Estado es espurio, ya que Balmaceda no era exactamente un liberador del pueblo ni alguien que viniera del mundo popular (parte del mito con que se rodeó a Balmaceda). Otro mito que se debe descartar son los imaginarios planes de industrialización y de reforma tributaria que tenia el Presidente Balmaceda. Lógica: en el ultimo año de Gobierno no iba a desarrollar todas esas ideas, simplemente no hay registro de que esos proyectos los haya expuesto alguna vez antes (discurso de Iquique no cuenta, ya que generalmente se lee una parte diminuta y enfocada en un eventual plan desarrollista, algo falso).

Jose Manuel Balmaceda
 Pero volviendo al tema, en términos políticos, esta explicación satisface el que los movimientos ideológicamente liberales (consciente o inconscientemente) de inicios del siglo XIX se terminaran, o se sumergieran en la sociedad chilena. Ideas socio-productivas, descentralizadoras, horizontalidad, soberanía popular se esconden en la memoria popular. Gente como José Victorino Lastarria (antiguo revolucionario y enemigo furibundo de Portales y su obra) empezó a tener cabida dentro de la institucionalidad, y comenzaron a cambiar la fisionomía del Estado. Cuando los sistemas políticos se flexibilizan y dan cabida a más actores (por muy revolucionarios que estos sean), inevitablemente se reducen los riesgos potenciales de revueltas. Luego veremos que así mismo el sistema involucra a más actores con el paso de los años, reconvirtiendo las demandas desde la calle al Congreso, aunque no de la manera eficaz y rápida que se necesitaba, al incluir sucesivamente al Partido Democrático-Liberal, Balmacedistas, Partido Democrático y al Partido Comunista.

Ahora, esta línea nos ofrece la hipótesis de que el Estado Portaliano se acabó con la serie de reformas de la III República, de que surgió una nueva Constitución y que el Estado cambió. No es lo mismo lo que había pre-reformas a lo post-reformas. Los partidarios de esta idea señalan que la serie de reformas que se inician en 1871 logran cambiar la naturaleza del régimen autoritario al modificar ciertas prácticas políticas que generan una mutación constitucional10. A esto se suma a que la Constitución de 1925 es una nueva reforma a la Constitución anterior (a lo menos así reza en su publicación oficial), donde se mantuvo lo esencial de la Carta Magna anterior (Presidencialismo, centralismo, ver actas constitucionales del 25' y opinión de Alessandri sobre el tema) y se agregaron soluciones a los problemas de la época (derechos socio-económicos-culturales). Esta explicación es la que nos da Julio Heise11. Esto contradice la hipótesis de Salazar de que la Constitución del 33' se termina con su reemplazo total en 1925.

La postura de Heise es enmarcar esta época que va desde 1870 hasta 1925 como la República Parlamentaria, teniendo previamente el Gobierno transitorio de JJ Pérez y que tiene un periodo de cambios y reformas graduales liberales desde el Gobierno de Errázuriz (1871) hasta el Gobierno de Balmaceda (1891), donde el lugar preeminente lo tiene el titular de la función legislativa y se somete a los demás órganos constitucionales al imperio de la ley, reforzando la división de poderes en favor del Congreso, con una figura presidencial autoritaria que entra en tensión de una manera que no se resuelve sino con la guerra civil de 1891.
Luego se abre un período parlamentario de facto, donde el Congreso controla al Ejecutivo con efectivas medidas, con la misma Carta Magna, pero reinterpretada (demostrando la laxitud y flexibilidad constitucional de los textos legales), donde el Legislativo se caracteriza por ser muy lento y obstruccionista con la cabeza del Ejecutivo, pero no con la administración del Estado, donde los mandos medios tuvieron estabilidad laboral y desarrollaron los proyectos del Ejecutivo12. Según Heise, la elite luego del 91’ se limitó a continuar con las prácticas parlamentarias anteriores a la guerra, persistiendo este parlamentarismo incompleto. A nadie se le ocurrió establecer la clausura de debates (esencial para limitar y apurar el trabajo legislativo), ni la facultad presidencial de disolver el Congreso (esencial para check and balance de poderes), ni la reglamentación de las interpelaciones ministeriales. Hay que tener claro que durante estos años no se estableció legalmente un sistema parlamentario como tal, sino que el Congreso dominó la política nacional y el Presidente se convirtió en una figura decorativa, supeditado a las mayorías parlamentarias (cohecho, corrupción, prebendas, influencias) y sin poder hacer grandes reformas legales o constitucionales, pero si pudiendo hacer grandes obras públicas (ferrocarriles, monumentos, sanidad, electricidad, parques, etc.) ya que eso dependía de la Administración del Estado, algo que aumento exponencial mente durante esos años, siendo el germen de la mesocracia nacional (siuticos, pequeño burgueses, medio pelo, etc).

La herramienta de la censura ministerial, ley de presupuesto y de FFAA, interpelación produjeron la rotativa ministerial que bloqueó la parte alta del Ejecutivo, pero sucedió lo mismo con la parte baja del Ejecutivo y de la Administración, que siguió ejecutando proyectos.

Aquí se contraponen la visión liberal y la conservadora. La primera establece que este periodo fue bueno, de grandes avances legislativos (época de dictación de los Códigos, leyes orgánicas, procesales), sometiendo al imperio del Derecho al Presidente, junto con limitar el poder militar y de la Iglesia Católica13. La segunda dice que este fue un periodo negro, de gran irresponsabilidad y obstrucción parlamentaria, de excesiva rotación ministerial, de desmoralización de la sociedad, ineficiencia y disminución de la acción del Ejecutivo, junto con la incapacidad de enfrentar la cuestión social14.

Ya nos estamos acercando al momento histórico del fin del periodo Portaliano, así que para introducirnos en la caída del régimen, tenemos que presentar las teorías para explicar la crisis del Estado Portaliano. La historiografía nos muestra 3 grandes teorías:
  1. El Estado empezó a degenerase por el ingreso de grupos políticos no conservadores, que fueron destruyendo el alma nacional (visión conservadora).
  2. El Estado tiene un progresivo crecimiento y avance en el tiempo, independiente de autoritarismo, inequidad o falta de libertad (whig interpretation of History).
  3. Modo de origen del Estado Portaliano, que se genera luego de la batalla de Lircay, donde chocan 2 posiciones y visiones de cómo construir el país (Historia Social).

Si tomamos el primer camino, nos lleva a la explicación de que en este periodo de crisis del sistema político instalado en 1833, el modelo paradigmático que ha sido elevado en Latinoamérica como un ejemplo para los países independizados, imponiendo orden en lo que era el desorden y el caos “anarquico” (sic), generando estabilidad necesaria para el apogeo económico de Chile en su fase de desarrollo, está siendo corrupto por elementos externos. Luego de los años dorados del conservadurismo en Chile, en teoría, solo tuvimos decadencia y descomposición moral. Según el tradicionalismo conservador, la culpa es del liberalismo europeo clásico desde estos años, ya que lo que comenzó a fluir luego de 1860 es para ellos corrosión que rompió el orden establecido, el “peso de la noche”: libertad de pensamiento, de culto, apoyo a la educación pública, mayor igualdad, pérdida de poder de Ejecutivo, etc. Se rompieron los valores tradicionales de Chile, el alma colectiva del pueblo, idea escuchada de Spengler15, Hegel, Nietzsche.
Esta es la línea conservadora de la historiografía chilena, donde Jaime Eyzaguirre, Francisco Encina, Alberto Edwards, Gonzalo Vial brillan. Ellos coinciden en el modelo de decadencia luego del Estado Portaliano. Un tobogán de desorden público, de la descomposición del alma nacional, del Estado de Derecho, de la autoridad pública, enmarcada en la idea circular de la Historia que posee teóricamente Spengler, que como la vida, interpreta la Historia como un ciclo de alza y baja.

La Historia tradicional nos dice que finalizando el siglo XIX y comenzando el XX, se empezó a manifestar el descontento de la ciudadanía por la mala situación que vivía. A la vez, esa misma historiografía nos dirá que durante esos años el progreso económico del país continuaba debido a las exportaciones de la minería del salitre y del cobre, que llenaban las arcas fiscales con impuestos; y también nos dice que esta es una época de decaimiento moral por la pérdida de los valores patrios, teniendo la culpa la nueva oligarquía y plutocracia que reemplaza la aristocracia castellano-vasca como elite. ¿Cómo podía vivir gente en tan pésimas condiciones cuando el país progresaba, y con un país quebrado moralmente? Tales contrasentidos se explica en términos socio-económicos por la salida abismal de capitales (oro y plata) de Chile hacia el extranjero para pagar a los inversionistas británicos y alemanes (preferentemente), donde la inflación y la sequía monetaria afectaban de hace largo tiempo a la economía chilena, por lo menos desde el fin del boom agrícola y de Chañarcillo.

Es aquí donde vemos que la postura de la Historia Social es bastante diferente de la historiografía tradicional y nos da respuestas radicalmente distintas y que profundizan en razones socio-políticas, económicas y culturales; más que meramente institucionalistas o enfocadas en la Historia de la elite.

La Historia social nos propone como explicación es que a pesar de que el movimiento de los pueblos libres había sido derrotado militarmente en Lircay por el patriciado mercantil y que este había logrado consolidar su propuesta de Estado librecambista, centralista y autoritario, las ideas y fundamentos de la democracia participativa y del social-productivismo continuaron. Los planes de los artesanos de establecer una industrialización precaria se mantenían. La derrota militar no fue una derrota cívica.

No fue una derrota total, ya que el movimiento de los artesanos tenía una antigüedad de siglos. La autonomía popular y la cultura productivista, junto con el cabildo, no eran instituciones nuevas. La memoria local no se borra con una derrota militar. De acuerdo a lo señalado por Salazar, la memoria social no desaparece por la acción de terceros, pues “permanecen, se re-interpretan y se transforman”16. Las generaciones traspasan sus experiencias y vivencias unos a otros. El ideario social-productivista y democrático que habían formado los artesanos y pipiolos continúo activo en la memoria social hasta 1870-1880. Bajo esta hipótesis, todos los motines y levantamientos del periodo 1830-1859 (los motines entre 1830-1837; la rebeldía de la Sociedad de la Igualdad entre 1846-1848; el levantamiento de 1851; la guerra civil de 1859) fueron manifestaciones de esa misma matriz social.

La resistencia y elasticidad de la memoria social hace que los procesos histórico-culturales se sumerjan, que se filtren por debajo de la sociedad, bajo la estructura del Estado, saliendo cada cierto tiempo a la luz, sosteniendo la soberanía popular y la Historia en largos plazos. Así es como aparecen los “topos” de la Historia17.

El primer topo que surge contra el Estado Portaliano es el mutualismo. Este nace por 1825, con el Gremio de Lancheros y Jornaleros, que fue creado como una cooperativa de trabajo, sustentado en un fondo común. Los artesanos criollos que estaban siendo desplazados por los empresarios extranjeros (consignees y subsidiary houses) comenzaron a asociarse según el modelo de los trabajadores portuarios. Así fueron multiplicándose las sociedades de socorros mutuos, organizaciones horizontales, donde se ayudaban y auto-gestionaban el mejoramiento de sus condiciones de vida. Según autores como Grez, estas organizaciones tenían un sesgo político marcado contra el Estado Portaliano y fueron hechas para ir desafiando al sistema18.

De acuerdo a Salazar, el mutualismo retuvo el pensamiento y memoria de lo que había en las comunidades y pueblos libres. Este movimiento unificaba en organizaciones la heterogeneidad y desigualdad existente entre los sectores sociales. Operaba para generar un todo sin eliminar las diversidades, a través de los valores de la solidaridad, la amistad, el compañerismo y la camaradería.
El movimiento mutualista fue implementando progresivamente un proceso de auto-educación y empoderamiento, que le permitió tener las herramientas para esgrimir el poder constituyente y desafiar la oligarquía gobernante19.

La revisión que ha hecho la Historia Social en torno a este tema nos hace concluir que estos movimientos populares poseen nociones políticas sobre el poder y que este no se encontraba recluido en el Estado sino en la comunidad, o sea, en la asociatividad solidaria de los ciudadanos (definición anteriormente señalada como de Hannah Arendt); junto con el aprendizaje de que la soberanía no radicaba en el sufragio sino que recaía en las asambleas (Cabildos) donde se deliberaba entre los ciudadanos, de forma colectiva; y que la manera de cambiar la realidad era ejerciendo y aplicando el poder constituyente originario del pueblo.

El desarrollo de este poder por los movimientos sociales depende por lo tanto del proceso auto-educativo que puedan lograr como grupo, y desde esta base, se diversifican en múltiples dimensiones (políticas, educacionales, culturales, comerciales, productivas). Solo así puede llegar un movimiento a tener el poder, no siendo necesario tomarse el Estado para obtenerlo. El movimiento mutualista chileno tomo el camino de la multidimensionalidad hacia 1925, pero no logro culminar el proceso ya que fue truncado por factores externos a su dominio (la traición de Alessandri fue fundamental y la reacción oportuna de una oligarquia pasmada). Teniendo el movimiento chileno la asociación mutual y la administración y generación de recursos, pudieron ir generando el poder desde ahí.

Con estos fondos que controlaban los mutualistas desarrollaron su poder multidimensional en las áreas educativas, culturales, comerciales y políticos. Así fueron invirtiendo en un proceso auto-educativo, donde el manejo eficiente de recursos, la participación colectiva en el manejo de esos recursos, la formación de opinión sobre la situación de Chile y el mundo, el desarrollo artístico y cultural de los afiliados, la promoción de la fraternidad interna, la difusión de lo aprendido en los círculos próximos, la aplicación de lo aprendido en las estructuras comunales (que poco a poco se empezaron a tomar los movimientos mutualistas) fueron un gran aporte y puntos esenciales para intentar aplicar todos esos aprendizajes en el Estado.

Naturalmente, para poder llegar a cabo este proceso, las mutuales tuvieron sedes propias, organizando jornadas educativas, adquirían imprentas para publicar sus periódicos y panfletos, organizaban escuelas para los artesanos y para los niños. Fue aquí donde apareció la figura central de Luis E. Recabarren, quien recorrió el país divulgando el pensamiento mutualista y mancomunal20.

Luis Emilio Recabarren
 Recabarren se desarrolla al interior del movimiento obrero que surge en estas circunstancias, desde los círculos del Partido Democrático en inicio, y luego en las mancomunales del norte. Su discurso contribuye a la construcción del andamiaje ideológico de un largo movimiento orgánico que forma los sedimentos de la cultura política de gran parte de las clases trabajadoras de la sociedad chilena (algo que no se interrumpe hasta el golpe de Estado de 1973)21.

Hacia 1910, la auto-educación popular de las mutuales tenía una expresión política en el control de los Municipios (gracias a la ley de Comuna Autónoma de 1891), donde desde las Asambleas se tomaban las decisiones importantes de los municipios. Esto era el socialismo municipal que pregonaba Recabarren, que planteaba la unión para extender el poder desde el interior de la comuna para imponiendo políticas publicas socialistas22.

Tal como leía Recabarren su actualidad, el movimiento mutualista se tenía que diversificar, tomando 3 dimensiones:
  • Cooperativa: administración de recursos, asegurando el abastecimiento de productos y servicios básicos para la comunidad a un precio menor gracias a la compra por mayor directa a los proveedores.
  • Gremial: presión permanente a la clase patronal, a los hacendados y empresarios a través de huelgas, boicots, etc., para así mejorar las condiciones de trabajo.
  • Política: control, primero del municipio y luego del Estado, participando en el Congreso para poder tener agitación y promoción de las ideas.

Junto con eso, la promoción de las mancomunales era esencial, pero barridas estas por el Estado en sucesivas matanzas y operativos, se optó por seguir el movimiento a través del FOCH, en conjunto con los partidos políticos de tinte socialista (POS, en esa época). Junto con Recabarren, muchos otros dirigentes y líderes sociales se dirigían en la dirección del ejercicio del poder constituyente. En esa dirección apuntaban las profesoras (AGPCH), los empresarios industriales (SOFOFA), los ingenieros estatales (Instituto de Ingenieros de Chile), los estudiantes (FECH), la oficialidad joven del Ejercito (Club Militar), los empleados públicos y del comercio (Federación de Clases Medias), los agricultores (cooperativas agrícolas).

Volviendo al relato histórico, el fin de la Guerra del Pacifico en 1883 había traído para Chile la incorporación de las provincias de Tarapacá y Antofagasta. Estas provincias entregan a la economía chilena un gran impulso a través de las riquezas minerales (en especial el salitre), que generaron un incremento del comercio exterior y de las entradas fiscales, transformándose en motor del país.
Consecuencia de esta dinámica, gran cantidad de trabajadores de la ciudad y del campo, artesanos, peones, gañanes, mano de obra sin oficio, se trasladan del campo al norte y la ciudad, provocando un aumento notorio de la población en esos dos sectores, hasta el término de la Primera Guerra Mundial y de la crisis salitrera. Ese nuevo grupo que habita el norte y la ciudad, empujados por su gran cantidad, va a configurar una identidad en la que se desarrolla una sensibilidad especial, dado a la ruptura con sus raíces sociales y familiares campestres, por las duras condiciones de trabajo, y de la disciplina laboral implantada por patrones y el Estado23; junto con una cultura política que no presenta grandes diferencias con la que en decenios anteriores habían conformado trabajadores de mutuales y socorros mutuos24.

La dinámica económica post-guerra del Pacifico también incrementa el crecimiento en las ciudades, favoreciendo su expansión y ampliando significativamente los lugares habitados por la clase marginal o popular. Esto va generando nuevas formas de cultura que se instalan e irradian al conjunto de la sociedad25. Aparecen los comerciantes ambulantes, las chinganas, las quintas de recreo, las poblaciones periféricas, los conventillos. La misma expansión urbana, junto con el creciente éxito de las profesiones liberales de las nuevas Universidades (de Chile y Católica), nuevos requerimientos de fuerzas de trabajo calificada, comercio internacional expansivo y crecimiento del Estado, contribuyen a una movilidad social y a formar una “mesocracia”, que con perfil propio, comienza a participar de las luchas sociales del periodo.
En este escenario se va conformando un nuevo clima social donde está el punto de partida de una nueva fase de organización política y de subjetividad colectiva de los trabajadores, que romperán con una sociedad adormecida por la oligarquía.

A pesar de la grandeza de las transformaciones que se vienen, y del discurso integrador de la parte más “progresista” de la elite que comienza a plantearse la cuestión social (reforzado por la Rerum Novarum de 1891 y el discurso crítico del Centenario de Chile), esta masa social de obreros, artesanos, campesinos, peones, marginales y capas medias, son percibidos por la misma elite a través de su prisma construido desde el origen racial y cultural que se auto referían (castellano-vasco). Mientras lentamente los trabajadores toman conciencia de sus derechos y de su existencia colectiva, la pre-juiciosa oligarquía niega ex ante la condición de pares a las clases subalternas, haciéndolos invisibles más allá de su función productiva en la economía, negando su condición de actores de la Historia y cortando el dialogo social, de espacio público compartido (Arendt) y de construcción de democracia26. A partir de aquí se encuentra uno de los gérmenes de la caída del Estado Portaliano.

La crisis económica en que estaba Chile desde 1873 (crisis de la devaluación del peso y de la inflación galopante), junto con la creciente y notoria corrupción e inoperancia de la oligarquía gobernante, a la aplastante hegemonía de las casas comerciales extranjeras (subsidiary houses y los international banks) ayudada por los procesos abortados de industrialización, a la convivencia de los grandes palacios y la vergonzosa pobreza que campeaba en los conventillos y rancheríos, inspiraron en todos los actores sociales la convicción de que la oligarquía no tenía la representatividad del pueblo, y que por lo tanto, la situación del país exigía un cambio radical.

Había un proceso de acumulación de descontento contra la sección civil y militar de la clase dirigente hacia el inicio del s XX.
En primer lugar, por la frustración y crisis de los gremios artesanales, desde que su movimiento popular de industrialización fue bloqueado, reprimido y abortado por la política del régimen Portaliano y sus socios comerciales, desde su victoria en Lircay. Ya sabemos que esto desencadenó las protestas del 37’, 48’, 51 y 59’. La derrota del movimiento artesanal y de los liberales asociados no fue sociocultural, porque permaneció la memoria las tradiciones y costumbres, siendo caldo del movimiento mutualista y de un proyecto socialista germinal.
En segundo lugar, por el impacto en la economía nacional de la política librecambista practicada por el patriciado mercantil desde Lircay, que conduce 40 años después al colapso del sistema monetario chileno, basado en el oro y la plata27. Este quiebre abrió paso a la emisión de billetes de banco, y luego, a billetes fiscales, a tal nivel que el valor internacional del peso es casi nulo (valor ya afectado por la depreciación). La caída del peso aumenta en el tiempo, en contraposición a la subida en el valor de las importaciones, y consiguientemente, en los costos de producción, desencadenándose una inflación de los precios internos, sobre todo luego de 190628. Por otro lado, el aumento del circulante papel moneda permitió que patrones pagaran salarios en dinero y no en fichas, lo que implicó una expansión cuantitativa de la clase asalariada, tanto a nivel popular como mesocrática.

La inflación castigaba horizontalmente a la sociedad, lo que permite la asociación de productores y trabajadores, así también el movimiento de huelgas y protestas. Hacia 1918 los trabajadores convocan a los actores antes mencionados a conformar la AOAN (Asamblea Obrera de Alimentación Nacional), con el fin de solucionar la “carestía de subsistencias” que golpeaba a las clases populares. Esto no tenía como objetivo salir tan solo a las calles, sino realizar un debate ciudadano para poder tener un diagnóstico de la situación y proponer al Legislativo las leyes para reactivar la economía y detener la inflación.
Es así como el poder del movimiento social, maduro y diversificado, se convierte ante el Estado en un poder paralelo, ejerciendo el poder constituyente efectivamente.

Bajo la AOAN, cada comunidad empezó a debatir sobre sus problemáticas. Luego de recopilar los informes y tras realizar una propuesta común, la AOAN publicitó los proyectos de ley que según ellos debían resolver la crisis. Luego ordeno salir a marchar por las ciudades, en las “marchas del hambre”. En la que hubo en Santiago, el comité de la AOAN se dirigió a La Moneda para entregar sus proyectos de ley y demandar al Ejecutivo su aprobación en 15 días, donde luego de ello se llamaría al desacato y desobediencia civil del Gobierno. Sanfuentes, Presidente de turno, los recibió, pero lo que hizo fue cambiar a su ministro de Interior, quien para cambiar el foco de la opinión pública, invento una supuesta movilización de tropas en Perú, en la llamada “guerra de Don Ladislao”. Ante esto, la nación debía “reaccionar” y se decretó ley marcial, aprovechando para que el Ejercito empezara la represión contra los dirigente del movimiento, atacando la sede de la FECH (y provocando la muerte en la Casa del Orates del estudiante de la facultad Domingo Gómez Rojas).

Momentáneamente, pareció que el movimiento ciudadano se había apagado, tal como había pasado con los mancomunales 10 años antes. Sin embargo, el poder nuevamente fue ejercido, reapareciendo en 1923, otra vez en una versión co-legislativa, pero ahora para resolver el drama educativo, con un nuevo paquete legislativo, el “Sistema educacional para la Nueva República”, impulsado por los mismos actores sociales: FECH, FOCH, AGPCH. El Presidente ahora era Alessandri Palma, quien llego al poder en brazos de su “querida chusma”, siendo ampliamente apoyado por los sectores mesocráticos y el bajo pueblo que creyó que con él en el poder iban a cambiar las cosas29. Al igual que anteriores mandatarios, reprimió a los actores sociales y respondió con el Ejército.

Otra derrota para el movimiento social. Pero ahora los actores sociales estaban en posesión de una cultura sociocratica que les permitió oler que había llegado la hora de preparar el fin de su movimiento con la máxima obra que puede darse el pueblo para sí mismo: la convocatoria de una Asamblea Constituyente. La cita era en el Teatro Municipal, a realizarse en marzo del 25', caracterizándose por ser de asalariados e intelectuales. Esta era una Asamblea netamente popular, siendo un paso previo y de preparación para la Asamblea Nacional Constituyente. Aquí se reunieron los trabajadores, profesores, estudiantes y profesionales a debatir sobre los principios generales y valores que regirían la potencial Asamblea Constituyente, manteniendo afuera a políticos y oligarcas.

Aquí un punto de discrepancia elemental con Salazar: Si bien el Premio Nacional eleva esta Asamblea al estatus de Constituyente, esto no fue así. Mi visión es bajarle el nivel a esta convocatoria, por cuanto viendo los resultados y las conclusiones a las que llegaron, los gremios y actores sociales reunidos llegaron a común acuerdo sobre los principios y valores generales que debía tener la futura Constitución, pero en ningún caso se hizo una nueva, o se redactó algo, ni se impuso al Ejercito una fecha para realizarse. Tal vez nunca más se ha visto en la Historia de Chile un evento como este, pero tampoco podemos elevar magnamente algo que simplemente no es.

En ese momento, el descontento era tan grande que la oficialidad joven del Ejército realizo en 2 golpes de Estado30, destinados a botar al Presidente Alessandri, tratando de asumir el clamor de la ciudadanía y convocar a la Asamblea Constituyente. Era una etapa de crisis revolucionaria intensa, que estaba poniendo fin al Estado Portaliano impuesto en 1833. El encauzamiento del movimiento social era el hacer valer su voluntad constituyente en una Asamblea y que se constituyera ante sí y para sí, deliberada y soberanamente, un nuevo Estado que respondiera a los principios y valores de la memoria social forjados a través de siglos. Si incluso sectores del Ejército lo entendían así... todos lo veían así, excepto la clase política, la oligarquía, que vieron en el movimiento ciudadano el mismo riesgo que el patriciado de 1820 con el movimiento de los pueblos libres. Para salvar lo poco que les iba quedando, tenían que hacer algo, ya que el margen de acción se reducía cada vez más. Ahí aparece nuevamente la figura del Presidente Alessandri, el desterrado liberal.

En resumidas cuentas, luego del 2do golpe de Estado de los jóvenes oficiales, la Junta Militar provisoria se vio en la tarea de organizar la Asamblea Constituyente, pero no tenía idea de cómo convocarla. Si bien la soberanía recae en el pueblo y a pesar de que recientemente se había llevado a cabo la Asamblea de Asalariado e Intelectuales, los militares no eran pueblo ni habían sido elegidos. Según su raciocinio, se debía actuar de acuerdo a la ley. Fue entonces cuando telegrafiaron al Presidente (constitucional aun) Alessandri, para que tomara la tarea de llevar a cabo la Asamblea. Ahí nuevamente se desarrolló la felonía. El mismo Presidente que se había ido por corrupto e incapaz, volvía para liderar el proceso constituyente, ahora con poderes dictatoriales.

Como sabemos, Alessandri no convoco a Asamblea Constituyente, sino comisiones de trabajo con abogados y políticos designados por él mismo. De su vuelta de Roma, se propone llevar a cabo una reforma a la Constitución de 1833. Se inaugura la Comisión Consultiva, subdividida en la Comisión Reforma y la Comisión encargada de organizar y convocar a la Asamblea Constituyente. Solamente la primera funciona, donde Alessandri y José Maza redactan una Constitución reforma de la del 33', de corte presidencialista. La segunda no prosperó ante la negativa de Alessandri, quien creía en la aprobación popular por medio de plebiscito y no una Asamblea, por el poco tiempo que el quedaba en el poder.

Ante tal maniobra ofensiva, los partidarios de una solución parlamentaria redactan un texto alternativo para que se consulte también en el plebiscito. Acto seguido, se convocó a una Asamblea de Notables (nuevamente designados por Alessandri) para presentarles el texto, quienes luego de ver montar en cólera al Presidente por una pregunta hecha por el Gral. Navarrete, ovacionaron y aprobaron la Constitución del 25'.Unos días después, se convocó a plebiscito nacional para ratificar el texto.
La redacción de la papeleta fue efectuada por el mismo Alessandri, induciendo el voto a favor del régimen presidencial de forma grosera: “Aceptación del proyecto de la subcomisión de reforma, cuya aprobación pide el Presidente de la República” “Se mantiene el régimen parlamentario con la facultad de la Cámara de Diputados de censurar y derribar Gabinetes y de aplazar despacho y vigencia de las Leyes de Presupuestos y recursos del Estado”.

Los partidarios del régimen parlamentario, por lo mal que había funcionado en cuanto a diseño y a implementación, eran pocos y de bajo arraigo popular. Radicales, conservadores, liberales y liberales demócratas lo apoyaban, pero finalmente llamaron a abstenerse en el plebiscito, uniéndose a comunistas que desde el comienzo habían desechado la nueva Constitución. La apatía política de la ciudadanía por los sucesivos golpes de Estado y cambios de Gobierno llevaron a una gran abstención (54,63% total del universo electoral) en la votación. Este fue aprobado a pesar de todo31.

Así se terminó por finiquitar a los restos del Estado Portaliano, en un proceso ciudadano que indicaba que iba a terminar de otra forma y no nuevamente cooptado por las estructuras oligárquicas del país. A través de este proceso constituyente se dictó la Constitución de 1925, que rigió hasta 1973, que a pesar de ser por mucho tiempo criticada por opositores al régimen presidencial por el precario apoyo popular, fue respetado por todo el espectro político. En especial se ignoró el carácter ilegitimo de esta Constitución, siendo que Alessandri realizo una intervención desvergonzada en ella. Nuevamente, una felonía grosera truncaba un proceso social y ciudadano... 

Promulgacion de la Nueva Constitucion de 1925

 
1 Salazar, Gabriel. “En el Nombre del Poder Popular Constituyente”. Ediciones LOM. Santiago, 2011.
2 Salazar, Gabriel. “El poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile, siglos XX y XXI)”. Ediciones LOM. Santiago. 2009. Pág. 25-120; Salazar, Gabriel. “Perspectivas históricas del movimiento social-ciudadano”. Columna en The Clinic. Julio 2011; Salazar, Gabriel. “En el Nombre del Poder Popular Constituyente”. Ediciones LOM. Santiago, 2011. Pág. 27-72
3 Gramsci, Antonio. “Cuadernos de la Cárcel”. Fondo de Cultura Económica. México. Pág. 128
4 Salazar; Gabriel. “La historia reversa de la legitimidad”. En Revista Proposiciones nº 24, SUR editores, 1994.
5 Hannah Arendt. “La Condición humana”. Editorial Paidós. Barcelona. 2003
6Portales, Diego. “Epistolario”. Ediciones UDP. Santiago. 2006
7Opinión del Prof. Salazar, que contrastaremos luego con la opinión liberal y conservadora.
8Salazar, Gabriel. “Construcción de Estado en Chile: 1800-1837. Democracia de los pueblos. Militarismo ciudadano. Golpismo oligárquico”. Edit. Sudamericana. Santiago. 2005
9Ruiz-Tagle, Pablo. “República en Chile”. Ediciones LOM. Santiago. 2007. Pág. 106-114
10 Ruiz-Tagle, Pablo. “República en Chile”. Ediciones LOM. Santiago. 2007. Pág. 106
11Heise, Julio. “Historia de Chile. El periodo parlamentario 1861-1925”. Editorial Andrés Bello. Santiago. 1974
12Ruiz Tagle, Pablo. “La Republica en Chile”. Ediciones LOM. Santiago. 2007. Pág. 106-114
13 Ruiz Tagle, Pablo. “La Republica en Chile”. Editorial LOM. Santiago. 2006. Pág. 114
14 Edwards, Alberto. “Fronda aristocrática”. Editorial Universitaria. Santiago. 1993. Pág. 188-198
15 Spengler, Oswald. “La decadencia de Occidente”. Espasa Calpe. Madrid. 1925
16 Salazar, Gabriel. “En el Nombre del Poder Popular Constituyente”. Ediciones LOM. Santiago, 2011. pág. 53-72
17 Salazar, Gabriel. “En el Nombre del Poder Popular Constituyente”. Ediciones LOM. Santiago, 2011. pág. 55
18 Grez, Sergio. “De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile, 1810-1890“. DIBAM. Santiago. 1998. Pág. 209-230. Idea bastante criticable y voluntarista, a lo menos.
19 Salazar, Gabriel. “En el Nombre del Poder Popular Constituyente”. Ediciones LOM. Santiago. 2011. Pág. 53-72
20 Massardo, Jaime. “La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren”. Ediciones LOM. Santiago 2008.; Salazar, Gabriel. “El poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile, siglos XX y XXI)”. Ediciones LOM. Santiago. 2009. Pág. 120-153.
21 Massardo, Jaime. “La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren”. Ediciones LOM. Santiago 2008. Pág. 19
22 Salazar, Gabriel. “El poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile, siglos XX y XXI)”. Ediciones LOM. Santiago. 2009. pág. 25-120
23 Massardo, Jaime. “La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren”. Ediciones LOM. Santiago 2008. Pág. 15-16
24 Illanes, María Angélica. “Chile des-centrado. Formación sociocultural republicana y transición capitalista (1810-1910)”. Ediciones Lom. Santiago. 2003. Tercera parte: “La revolución solidaria. Las sociedades de socorros mutuos de artesanos y obreros: un proyecto popular democrático. 1840-1910”.
25 Salazar, Gabriel. “Labradores, peones y proletarios”. Ediciones LOM. Santiago. 2000. Pág. 259
26 Massardo, Jaime. “Proyecto nacional y clases subalternas. Elementos de reconstrucción critica del paisaje político chileno hacia 1910”. En Proyectos nacionales en el pensamiento político y social chileno del siglo XIX, de Sergio Grez y Manuel Loyola. Ediciones USACH. Santiago. 2002. Pág. 129-147.
27 Salazar, Gabriel. “Mercaderes, empresarios y capitalistas. Chile, siglo XIX”. Editorial Sudamericana. Santiago. 2009. Capítulo 4
28 Salazar, Gabriel. “El poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile, siglos XX y XXI)”. Ediciones LOM. Santiago. 2009. Pág. 27
29Felipe portales. Mitos de la democracia chilena.
30Portales, Felipe. “Mitos de la democracia chilena vol. 2”. Catalonia. Santiago. 2011. pág.
31 Salazar, Gabriel. “El poder constituyente de asalariados e intelectuales (Chile, siglos XX y XXI)”. Ediciones LOM. Santiago. 2009. pág. 25- 120