domingo, 22 de enero de 2012

Contra-democracia






Debatir lo imposible
Los chilenos somos capaces de debatir lo indebatible, y al revés de no debatir lo debatible. Nos sorprendemos y comentamos los que sucede con Belén Hidalgo, pero no tenemos idea de lo que sucede con sentencias del Tribunal Constitucional. Mientras somos bombardeados a diario por infinitos discursos acerca del debe ser, de lo que yo haría si estuviera en tu lugar, de una oposición que se cree santa y divina y siempre sabe lo hay que hacer hasta que llega al Gobierno y allí se olvida de todo de repente, etc. etc., etc.
Pero si casos extremos como el de Belencita nos indignan y nos sumen en la perplejidad, lo que debería llamarnos más la atención es la sumatoria permanente de excentricidades, barbaridades, incomprensibilidades, fenómenos extravagantes que por su número, frecuencia y aparición en los más diversos ámbitos nos deberían estar diciendo algo como síntoma de la sociedad y no mera casualidad. Porque es tan sistemática y generalizada su aparición y propagación que mucho más que una eventualidad que debe tratarse seguramente.

Por suerte hay algunos indicadores de cómo pensar estos impensables. Lo necesario, ex ante, es que hay que cambiar el marco teórico y salirse de las patologías del sujeto crítico y del sujeto neurótico que nos han acostumbrado a tomar tanto Kant por un lado, como Freud, por el otro -y, naturalmente, los grandes estándares de la cultura occidental durante los últimos 200 años-. En realidad desde hace unas décadas hemos entrado en la era del sujeto esquizofrénico, como bien teoriza Dany-Robert Dufour en El arte de reducir cabezas.

Disolviendo los procesos de intelección que constituyen la subjetividad: Neoliberalismo
Una operatoria maravillosa que ha realizado el neoliberalismo consiste en disolver los dos grandes procesos de intelección que constituyen la subjetividad del ser humano. En lo tocante a la conciencia (procesos secundarios) el neoliberalismo liquida definitivamente al sujeto crítico kantiano. Y en lo tocante al inconsciente (procesos primarios) liquida al sujeto neurótico atormentado por la culpa. En lugar de ese sujeto doblemente determinado, prefiere disponer de un sujeto a-crítico y lo más psicotizante posible. Neoliberalismo no es solo un modelo meramente económico, sino que como sistema abarca muchos aspectos de la sociedad al mismo tiempo, dejando su marca.

Es decir, el neoliberalismo propone un sujeto disponible para conectarse con todo, un sujeto flotante, indefinidamente abierto a los flujos comerciales y comunicacionales, permanentemente necesitado de mercancías para consumir y satisfacer sus deseos. Se trata de un sujeto precario, cuya precariedad misma se ofrece en subasta al Mercado, que encuentra en ella nuevos espacios para vender sus productos, y se transforma así en el gran proveedor identidades e imágenes de identificación (algo de lo que habla Bauman en “Vida de Consumo”).
Ante las miríadas de flujos que nos atraviesan, la única forma de sobrevivir digna y enfáticamente es bajo la forma de un esquizofrénico. Esto es lo que nos habla Gilles Deleuze, pero no necesariamente es lo que nos había pronosticado y bendecido mientras estaba vivo. El mundo se ha vuelto deleuziano invirtiendo las tesis y pretensiones de él.

Para Deleuze había una manera de ganarle al capitalismo, que se trataba de desterritorializar más rápido el mundo que el propio capitalismo. Pero el mismo, junto con su gran colaborador Guattari, y los marxistas críticos como Althusser, Ranciere, Badiou, subestimaron la fabulosa velocidad de absorción de los capitales y su fantástica capacidad para recuperarse de la crítica. El neoliberalismo ha realizado el sueño (pesadilla de la razón) de Deleuze. Es en este contexto que debemos pensar los dilemas de la democracia en una etapa de intensa incredulidad ciudadana. Para ello recorreremos el camino abierto por Pierre Rosanvallon en La contra-democracia: La política en la era de la desconfianza.


Apolítica, postpolítica, contrapolítica
La tesis principal de Rosanvallon es que, contrariamente al supuesto refugio en la vida privada, los ciudadanos han descubierto la inanidad del lazo de confianza que pretenden instalar los procedimientos institucionales potenciando, en cambio, un continente de desafío activo. La desconfianza es un valor cívico esencial dentro de la sociedad del riesgo contemporánea.

Sometiendo a escrutinio las políticas públicas, impidiendo y juzgando la vida cotidiana de los ciudadanos, nuevos movimientos sociales se ha convertido en la contra-democracia. Mientras que por un lado la economía promueve los flujos irrestrictos, la movilización negativa busca restringirlos. En la titánica tarea de cómo entender esta dialéctica, ¿a quién hacerle más caso? ¿A Dufour/Bauman o a Rosanvallon/Badiou?

Todas las semanas, especialmente si vivimos en los trópicos bananeros, azuzados por la agenda de los grandes medios, los únicos que en Chile hacen política, nos encontramos con un gran proselitismo en contra de la concepción que los gobiernos en el poder tienen de la política. A veces inocentemente, otras taimadamente, pero el resultado es casi siempre el mismo. Todo lo que hace el gobierno está mal y todo lo que dice la oposición, esta doblemente mal (fundamentada también en los medios). Y la mejor caja de resonancia de esta asimetría está en la protesta social, en las marchas, en los movimientos, en el cuestionamiento permanente que distintos estratos de la sociedad hacen de las políticas del gobierno, en las críticas y en los descontentos, en los conflictos y en el rechazo por parte de la ciudadanía de lo logrado/legitimado en las urnas.

Lo que hace agua en estas críticas mediáticas en la que se establece una Oposición básicamente retórica, es en el desconocimiento de que la teoría política que abrazan está un tanto desteñida. Desde las revoluciones francesa, americana y las sudamericanas, las sociedades civiles se han desarrollado muchísimo. Antes se pensaba a la democracia totalmente incluida en las instituciones políticas y parlamentarias, ahora es más abarcante que representatividad.


Democracia parainstitucional
Como bien dice Rosanvallon, hay que volver a Alexis De Tocqueville para entender esto, quien ya en 1830 decía que la democracia no era un régimen político sino una forma de sociedad, por lo tanto desborda los márgenes meramente institucionales. Pero hay que entender bien el concepto. La contrademocracia no es lo contrario de la democracia, no es su versión negativa que se formula como ataque, sino que es la democracia contraria, su contracara, la democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia negativa a la sombra de la democracia positiva (la de la legitimación electoral). Un ejemplo de contrademocracia son las permanentes manifestaciones en la calle, haciendo subsidiaria la apelación a las instituciones representativas. Como la democracia es una forma de sociedad, no equivale está a votar una vez cada 4 años, marcando en un papel una línea, sino que se ejercer de forma constate. Como la institucionalidad no está hecha para que uno participe de forma habitual, sino que se enfoca en canalizar y delegar el poder a representantes, se van creando vías de expresión que se abarcan en la contra-democracia.

En palabras de Rosanvallon:

Hay dos escenarios fundamentales de la actividad democrática. El primero es la vida electoral, la confrontación de programas. En otras palabras, la vida política en el sentido más tradicional del término: su objetivo es organizar la confianza entre gobernantes y gobernados. Pero también existe otro escenario, constituido por el conjunto de las intervenciones ciudadanas frente a los poderes. Esas diferentes formas de desconfianza se manifiestan fuera de los períodos electorales y representan lo que yo llamo "contrademocracia". No porque esas formas de expresión se opongan a la democracia, sino porque se trata de un ejercicio democrático no institucionalizado, reactivo, una expresión directa de las expectativas y decepciones de una sociedad. Junto al pueblo elector, también existe -y cada vez más- un pueblo que vigila, un pueblo que veta y un pueblo que controla.
El ciudadano contemporáneo se conforma cada vez menos con otorgar periódicamente su confianza en el momento de votar. Ahora pone a prueba a sus gobernantes. Esta actitud se ha transformado en una característica esencial de la vida democrática actual. Para ello, ejerce antes que nada una acción de vigilancia. El hombre moderno sabe que el espacio común se construye día a día y que debe estar atento al riesgo de corrupción del proceso democrático. La segunda función de la desconfianza es la actitud crítica: el ciudadano analiza la distancia que separa la acción de las instituciones del ideal republicano. Esa crítica impide que la sociedad se duerma sobre una idea de la democracia sólo concebida como "el menor de los males". El ideal de la ciudadanía debe ser, en efecto, organizar el bien común. Por fin, la tercera dimensión de la ciudadanía contrademocrática es la apreciación argumentada: la vida de la democracia no es la charla en el café de la esquina, es hallar una forma argumentada de discutir y de juzgar a los poderes.

Es cierto que en Chile, a diferencia de Francia, muchos no están convencidos de que las elecciones son “el poder de la última palabra” y que a partir de la elección hay cosas que no se discuten más. Pero más allá de esta nada trivial diferencia queda claro que tanto allá como acá las cosas están cambiando. Con una claridad meridiana Rosanvallon dice como se viene la cosa: “el ciudadano activo es más que un elector, no se limita a elegir cada cuatro o cinco años. Es un actor de la sociedad civil. Interroga al poder, lo pone a prueba, lo obliga a rendir cuentas. El voto expresa la confianza, la actividad diaria de los ciudadanos es actuar con desconfianza”.

Rosanvallon tiene más que claro que el problema de la democracia contemporánea es que se pasa fácilmente de la desconfianza positiva a la desconfianza negativa. La democracia actual es un régimen ambiguo porque porta un desarrollo de la actividad ciudadana y mucha capacidad de destruir los fundamentos mismos del sistema.
Esta apelación directa a los ciudadanos conduce a la tentación populista. Es propio del populismo radicalizar la democracia de la vigilancia y del impedimento hasta completar su movimiento hacia la impolítica. Según Rosanvallon, la preocupación por inspeccionar la acción de los gobiernos se transforma, en el caso de la contrademocracia, en estigmatización permanente de las autoridades hasta constituir una potencia negativa, radicalmente externa a la sociedad. Con el populismo triunfan las "masas negativas". Así, los opositores contemporáneos ya no se parecen en nada a los antiguos rebeldes o disidentes.


La política siempre va más allá de lo particular
Para Rosanvallon la organización de la desconfianza no alcanza para hacer un relato de la sociedad porque ésta no es la suma de sus partes ni la de sus voces ni las de sus demandas. Ese es el lugar de la política que no solamente ve la confrontación de diferentes intereses particulares. Es un espacio muy único donde se forman las reglas de la vida común. Lo propio de la política es organizar el conflicto, tronchar en un punto el debate, hay intereses en conflicto y se elige entre ellos. Las elecciones fuerzan a hacer una opción que corte la discusión. Al mismo tiempo hay que organizar el consenso. Al principio se fantaseaba que podía conseguirse pleno consenso, que la división era una patología, que podía llegarse a la unanimidad. No es así: hay conflictos de intereses, de clases, culturales, económicos, políticos, sociales, etc.
El gran desafío de la democracia actual, tal como la conocemos hoy, consiste en como articular un régimen de deliberación con uno de decisión. El problema es la filosofía política centrada en uno solo de los dos aspectos: el decisionista o el deliberativo. Hay algo que falta allí.
Para Rosanvallon en este tipo de democracias falladas en las sociedades complejas que hemos logrado conseguir, el escándalo tiene un valor fundante. El escándalo revela y alerta sobre las acciones subterráneas hermanadas con la corrupción y con la invisibilidad. Pero en estas sociedades de la fluidez, la incertidumbre y la articulación friccional, las denuncias de escándalo (propias del periodismo de hiperdenuncia y también de la hiperoposición retórica) pueden ser, en cierto sentido, una renuncia a la política. El auge de los escándalos es consecuencia de una crisis de la política: la desideologización y al desencanto. Cuando se discutían sistemas, las cuestiones personales eran secundarias. Se debatía el sistema, no sus desviaciones.


El nihilismo siempre acecha a la vuelta de la esquina
Rosanvallon sabe que entre la contrademocracia de la vigilancia y su caricatura, que se inclina hacia el nihilismo, no hay mucha distancia. Ese es el principal peligro de la contra-democracia. Es fácil pasar de una a la otra. Y ése es el problema del populismo que se cree ver muy difundido en América Latina, que llevaría a lo impolítico. En ese proceso, la preocupación activa y positiva de vigilar la acción de los poderes y de someterlos a la crítica se transforma en una estigmatización compulsiva y permanente de los gobernantes, hasta convertirlos en una suerte de potencia enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. Esos impugnadores contemporáneos no designan ningún horizonte; su actitud no los lleva a una acción crítica creativa. Esa gente expresa simplemente, en forma desordenada y furiosa, el hecho de que han dejado de encontrarle sentido a las cosas y son incapaces de hallar su lugar en el mundo. Por otro lado, creen que sólo pueden existir condenando a las elites a los infiernos, sin siquiera intentar tomar el poder para ejercerlo.
Curiosamente lo que Rosanvallon critica son las posturas muy aclamadas en los últimos años de Toni Negri, Michael Hardt y hasta las del propio Slavoj Zizek (este es exactamente el mismo tipo de críticas y de lecturas muy contrapuestas esgrimidas por Laclau en su libro “La razón populista”).
Como vemos, enfocando nuestra realidad con las ideas de Rosanvallon más de un fenómeno resulta, sino aplanado, al menos entrevisto. El conflicto es ineludible en sociedades como las nuestras en donde las síntesis aún no se han hecho y en donde las diferencias de clase son hoy tan fuertes como de costumbre.


El engorroso trabajo del concepto
Con el concepto de contrademocracia en nuestras alforjas teóricas es ya hora de repensar nuestra democracia impura e imperfecta. Con solo percibir lo que está juego en el supuesto nuevo enfoque que el min Hinzpeter quiere darle al tema de las manifestaciones sociales y la réplica del Poder Judicial y de las organizaciones de la sociedad civil, tendremos bastante de que ocuparnos. Además de poder poner en sintonía y/o cortocircuito -según como corresponda- tantas lecturas y enfoques


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